La Navidad en el norte de Noruega conserva muchas tradiciones de Jul (pronunciado "yul"), la celebración pagana que precede históricamente a la cristianización. Las actividades de invierno en el área rural se han centrado en el pasado en la preparación de las granjas para el siguiente año: en invierno amanece a eso de las 10 de la mañana y se pone el sol alrededor de las dos de la tarde; por eso la estación es más bien silenciosa y tradicionalmente se ha aprovechado para la elaboración de artesanías y la planificación de las actividades de la primavera siguiente.
Hoy en día las decoraciones navideñas a diferencia de las que vemos en Occidente globalizado, conservan mucho de la tradición oral y el folclor: Papá Noel no es uno sino varios "julenissen"; que son duendecillos o gnomos (mujeres y varones) que no se pueden ver pero habitan en las granjas y cuidan a los animales. Hay que mimarlos durante el año y dejarles crema de avena que les encanta, así se portarán bien y no harán trucos ni bromas pesadas en los establos. Ellos traen los regalos en Jul si han sido bien tratados.
Cuando visito Noruega siento que de alguna manera recupero la esperanza. No solamente porque llama la atención la naturaleza comunitaria de casi todos los servicios: trenes estatales de calidad con vagones para familias que tienen un espacio de juegos para niños; compañías públicas que fabrican todos los productos que en otros países estamos acostumbrados a asociar con las grandes transnacionales como Nestlé y Unilever; y en general un bienestar que se refleja en la prosperidad de una clase media bien consolidada... Desgraciadamente los sonidos del discurso de la extrema derecha nacionalista ya han empezado a tener eco también en esta región de Europa. Pero más allá de ello, lo que me resulta más grato es que el sentido de colectividad y pertenencia se aprecia todos los días en las actividades más cotidianas, en la forma como se comparte la comida, como se distribuyen las tareas, como no se espera más de unos que de otros sino en la medida de sus habilidades, su tiempo y su salud.
Tal vez por eso tardé en entender que lo que mi familia noruega espera de mí no es más ni menos de lo que puedo dar. Confieso que en mis primeras visitas tenía algo de miedo de ser juzgada con la vara que en mi tierra se juzga a las mujeres; es decir ser vista como el equivalente nórdico de "carishina" o "machona". Ahora me río cuando pienso en lo ilógicos que resultarían esos calificativos por acá. De hecho no se pueden explicar, porque no tienen sentido ni punto de referencia cultural. Y no es que reniegue de mi circunstancia o mis tradiciones; hay muchas cosas que se pueden criticar también aquí como en todas partes. Pero algo de lo que he visto y me ha gustado espero aprenderlo bien para incluirlo en mi vida de hogar que es muy ecléctica e intercultural.