Me encuentro casi a mitad de mi doctorado y, especialmente ahora que estoy en mi país por unas semanas para realizar mi trabajo de campo, un comentario que a menudo escucho se refiere al "mérito" que representa coordinar la maternidad y los estudios. Escribo mérito entre comillas porque con frecuencia el elogio me suena a reproche: "Qué valiente eres... y ¿dónde se queda tu hijo mientras trabajas?", "¿cuántas horas al día dejas a tu hijo en la guardería?", "hay mujeres que esperan hasta que los hijos estén grandes para hacer estas cosas", etc.
Últimamente, además, he advertido que existen ciertas narrativas que enfatizan la "libre decisión" de las mujeres: si una mujer "decide" quedarse en casa y ser mamá, eso la "empodera" porque es una opción escogida por ella, autónomamente. Si una mujer decide trabajar, muy bien, pero que lo haga porque ella realmente quiere, no porque unas malévolas feministas le ordenan dedicarse a "cosas de hombres" para probar que puede, para renegar de la vida de hogar que no tiene nada de malo, sino por el contrario es loable porque fortalece a la familia.
Pero es iluso pensar que podemos tomar decisiones absolutamente libres, ya que el espectro de libertad que rodea a una persona está condicionado socialmente, culturalmente, económicamente, políticamente. Una mujer puede haber optado por quedarse en casa aparentemente porque es libre para decidir, pero esa apariencia de libertad no es difícil de deconstruir cuando se evidencia que la decisión seguramente pudo tomarse porque otra persona provee económicamente o simplemente porque mientras una mamá tiene la opción de escoger entre el hogar y el trabajo, a la mayoría de los varones no se les presenta disyuntiva alguna, el curso "natural" de la vida determina que ellos nunca interrumpan su vida laboral.
Del mismo modo, una mujer que sostiene económicamente a su familia puede no tener la opción de quedarse en casa aunque quisiera (si bien seguramente cumple labores de cuidado y quehaceres paralelamente), o tal vez lo que desea es estudiar pero no tiene los recursos para hacerlo, incluyendo los económicos, pero también el recurso más importante del que se priva a las mujeres a través de la subordinación que viven a gran escala: el tiempo.
Por mi parte no me cabe duda que si fuera el papá de mi hijo el que estuviera doctorándose, casi nadie le preguntaría por el horario de guardería del niño y tal vez ni le harían elogios por equilibrar la paternidad y el estudio. Los elogios a lo mejor se referirían a su tesón, a su disciplina y a la valentía, no por cumplir un doble rol sino simplmente por emprender un proyecto que requiere tanta constancia como un PhD. Esto ahora parece obvio, pero sigue siendo necesario llamar la atención sobre ello, porque no falta quien piensa que las mujeres ya nos encontramos en absoluta igualdad de condiciones políticas y sociales respecto de los hombres, que somos libres para decidir, que lo que sea que hagamos lo hacemos porque queremos, desde optar por ser mamá, pasando por practicarse cirugía estética y llegando al trabajo sexual. En realidad todavía se penaliza socialmente a quien desafía los modelos normalizados.
Es verdad que, para quienes tenemos este privilegio, no es fácil equilibrar la maternidad y los estudios, pero no creo que la dificultad principal sea por ejemplo, lograr abarcar la mayor cantidad de trabajo en el menor tiempo posible para dejar libres suficientes horas para el cuidado y los quehaceres (suficientes, es decir, más horas de las que se trabaja, según narrativas tradicionales). Creo que la dificultad es que construyamos y alimentemos la disyuntiva misma como un problema; que donde vemos a una mamá que trabaja leamos "abandono" de los hijos o del hogar, que el tiempo que un niño pasa en un centro de cuidado sea medido como inversamente proporcional al cariño que le da su mamá, y que permitamos que estos "problemas" desvíen nuestra mirada de las que realmente son cuestiones urgentes: por ejemplo el precario acceso que tienen las mujeres a servicios de cuidado de niños que sean económicamente asequibles y de calidad, o la mínima participación de los padres en las tareas de crianza.
Finalmente, muy poco se habla de lo enriquecedora que la experiencia del estudio o el trabajo puede ser para la relación entre una mamá y sus hijos cuando una mujer disfruta lo que hace. En lo personal, la formación en el ejercicio del pensamiento crítico que estoy obteniendo gracias a mi doctorado, se refleja en mi forma de entender las relaciones interpersonales, la amistad, el amor y, por supuesto, la maternidad. Si entiendo mejor el mundo en el que vivimos mi hijo y yo, entiendo también que él debe adquirir herramientas para vivir en ese mundo, para ser compasivo, empático, para entender su propia vulnerabilidad y la de los demás. Mi doctorado, estoy segura, me está haciendo mejor mamá.