La moral es la práctica de la ética, la ética es el estudio filosófico de los valores: estos definen qué conductas humanas deben considerarse preferibles por encima de otras, en atención a factores diversos. La moral suele permanecer en el fuero interno del individuo y orientarlo a actuar, pero sin vincularse a una sanción coercitiva externa. Otras veces los valores adquieren tal importancia que se hace necesario regularlos a través de principios que rijan para todos. Entonces aparecen las leyes. Así, nuestro derecho contiene disposiciones relacionadas con la vida, la libertad, la integridad, la propiedad, las relaciones de familia, la sanidad del ambiente, la salud, vivienda, educación, y tantas otras instituciones que se consideran fundamentales para el bienestar individual y comunitario.
No todo lo que hoy protege el derecho se consideró valioso siempre: la protección del medio ambiente es un claro ejemplo. Y también a la inversa, ciertas instituciones que antes se protegían hoy se han modificado, como la indisolubilidad del matrimonio o la tipicidad delictuosa del adulterio. La ciencias naturales y sociales cambian sus perspectivas, las economías se transforman, las personas piensan diferente y poco a poco el Derecho les va siguiendo el paso. Descartes consideraba a los animales como meros autómatas incapaces de sentir dolor, cuya respuesta nerviosa era simplemente mecánica. Hoy tales afirmaciones carecen de sustento científico. La ética creada por los humanos, que se estrecha en unos aspectos y se ensancha en otros, ha dado cabida en los estudios de algunos filósofos morales contemporáneos, a la consideración de que los animales no humanos deben ser tomados en cuenta cuando se trata de limitar nuestro comportamiento. Incluso los ordenamientos jurídicos, ya han comenzado a tomar acciones para asegurar el bienestar animal.
El controversial ateo Sam Harris -en su obra The Moral Landscape principalmente- y otros pensadores, entre ellos Dan Ariely (este vídeo en TED Talks es muy interesante), sostienen que el avance científico puede y debe ser el sustento sólido de las teorías morales. ¿Por qué? Porque únicamente la experimentación científica puede mostrarnos cuáles son las verdaderas conscuencias de lo que hacemos: ¿estamos provocando dolor?, ¿podemos provocar menos dolor de otra manera?, ¿cuál es el beneficio o el daño que lo que estoy haciendo puede desencadenar? Estas preguntas pueden responderse científicamente y no sólo sobre la base de la subjetiva opinión de un individuo.
Hago estas reflexiones, porque ciertamente las propuestas de estilo de vida que se alejan de lo común, suelen escandalizar a muchos, por inofensivas que parezcan. Yo no creía, por ejemplo, que el vegetarianismo podía ser considerado reprobable y digno de censura por parte de otra persona. Al fin y al cabo se trata de una decisión personal que he tomado yo con tolerancia hacia los demás y que no he tratado de forzar ni en mis allegados más cercanos (mi marido, por ejemplo, es consumidor de carne). Se trata de una decisión ética basada en evidencia científica -los animales no humanos dotados de sistema nervioso central son capaces de sentir dolor- y en la consideración de que si es posible sobrevivir sin consumirlos -los hindúes ortodoxos lo han hecho por años y también hay evidencia científica que lo demuestra- entonces es posible escoger un estilo de vida menos dañino para ellos y de paso el ambiente.
No veo en el hecho de difundir las buenas motivaciones que sustentan al vegetarianismo, ni tampoco en el hecho de conversar sobre alternativas alimenticias o bienestar animal, ninguna amenaza (bueno, quizá sí para la industria cárnica). Y sin embargo he sido agresivamente cuestionada en más de una ocasión, por hacerlo. En tal virtud me gustaría aclarar algunas cosas: en primer lugar, no es mi intención obligar a las personas a dejar de comer carne, pero sí siento una obligación moral en el sentido, por ejemplo, de informar sobre los crueles procedimientos de la agroindustria, para que estos cambien. Comprar sus productos nos hace cómplices y perpetuadores de sus prácticas; ocultar a los niños la verdad mostrándoles falseados libros de cuentos con gallinas felices, también. En principio, podría decir que volvería a comer carne si los criaderos, las granjas, los camales, no provocaran tanto sufrimiento innecesario a individuos que no por no pertenecer a la especie humana sienten menos dolor. Pero la verdad es que a esta altura ya no podría nunca volver a consumir carne. He llegado a ver en los animales a unos compañeros de vida, cohabitantes del planeta, que también desarrollan en diversos grados sus personalidades y que tienen intereses. Sin embargo, esta idea personal entiendo bien que no puede pretenderse política social.
Por otra parte, la existencia de depredación en la naturaleza -el león caza a su presa, el pez grande se come al pequeño- no me parece un argumento adecuado para justificar éticamente los mecanismos deliberadamente crueles de las granjas industriales modernas o de la industria de las pieles. La mayoría de las personas compra la carne en el supermercado, no la consigue cazando, y aún si así lo hace, no podemos comparar la caza efectuada con armas y ventaja, con la que se da en el mundo silvestre. Pero lo más importante de todo: la ética, al igual que las leyes, no es un producto natural; éstas son construcciones culturales, posiblemente las más artificiales de todas, puesto que frecuentemente buscan reprimir los instintos que por ser también animales, tenemos. Si justificamos o avalamos todo lo que se da en la naturaleza, debemos también aceptar el asesinato, las guerras, los abusos, las esclavitudes... la "ley" del más fuerte y el ojo por ojo.
Finalmente, no pensé que alguien llegaría a creer que por ser vegetariana y animalista, me opongo por ejemplo a que se erradiquen las plagas o se mate a los parásitos. Es evidente que no todos los seres vivos tienen la misma capacidad de sufrir -los biólogos piensan que la mayoría de insectos, por ejemplo, no la tienen-; pero también hay que entender que todo admite situaciones de excepción: el homicidio por ejemplo está justificado cuando se produce en legítima defensa o estado de necesidad, y de la misma manera se pueden ponderar los intereses para saber hasta qué punto es excusable provocarle dolor a un animal. Si soy atacado por un oso, por supuesto que debo defenderme. Pero los pollos, los cerdos y las vacas que viven en esas prisiones llamadas granjas modernas, no tienen posibilidad de defensa, están a merced de los humanos. Y en esa situación por lo menos es justo tomar en cuenta que sufren.
No todo lo que hoy protege el derecho se consideró valioso siempre: la protección del medio ambiente es un claro ejemplo. Y también a la inversa, ciertas instituciones que antes se protegían hoy se han modificado, como la indisolubilidad del matrimonio o la tipicidad delictuosa del adulterio. La ciencias naturales y sociales cambian sus perspectivas, las economías se transforman, las personas piensan diferente y poco a poco el Derecho les va siguiendo el paso. Descartes consideraba a los animales como meros autómatas incapaces de sentir dolor, cuya respuesta nerviosa era simplemente mecánica. Hoy tales afirmaciones carecen de sustento científico. La ética creada por los humanos, que se estrecha en unos aspectos y se ensancha en otros, ha dado cabida en los estudios de algunos filósofos morales contemporáneos, a la consideración de que los animales no humanos deben ser tomados en cuenta cuando se trata de limitar nuestro comportamiento. Incluso los ordenamientos jurídicos, ya han comenzado a tomar acciones para asegurar el bienestar animal.
El controversial ateo Sam Harris -en su obra The Moral Landscape principalmente- y otros pensadores, entre ellos Dan Ariely (este vídeo en TED Talks es muy interesante), sostienen que el avance científico puede y debe ser el sustento sólido de las teorías morales. ¿Por qué? Porque únicamente la experimentación científica puede mostrarnos cuáles son las verdaderas conscuencias de lo que hacemos: ¿estamos provocando dolor?, ¿podemos provocar menos dolor de otra manera?, ¿cuál es el beneficio o el daño que lo que estoy haciendo puede desencadenar? Estas preguntas pueden responderse científicamente y no sólo sobre la base de la subjetiva opinión de un individuo.
Hago estas reflexiones, porque ciertamente las propuestas de estilo de vida que se alejan de lo común, suelen escandalizar a muchos, por inofensivas que parezcan. Yo no creía, por ejemplo, que el vegetarianismo podía ser considerado reprobable y digno de censura por parte de otra persona. Al fin y al cabo se trata de una decisión personal que he tomado yo con tolerancia hacia los demás y que no he tratado de forzar ni en mis allegados más cercanos (mi marido, por ejemplo, es consumidor de carne). Se trata de una decisión ética basada en evidencia científica -los animales no humanos dotados de sistema nervioso central son capaces de sentir dolor- y en la consideración de que si es posible sobrevivir sin consumirlos -los hindúes ortodoxos lo han hecho por años y también hay evidencia científica que lo demuestra- entonces es posible escoger un estilo de vida menos dañino para ellos y de paso el ambiente.
No veo en el hecho de difundir las buenas motivaciones que sustentan al vegetarianismo, ni tampoco en el hecho de conversar sobre alternativas alimenticias o bienestar animal, ninguna amenaza (bueno, quizá sí para la industria cárnica). Y sin embargo he sido agresivamente cuestionada en más de una ocasión, por hacerlo. En tal virtud me gustaría aclarar algunas cosas: en primer lugar, no es mi intención obligar a las personas a dejar de comer carne, pero sí siento una obligación moral en el sentido, por ejemplo, de informar sobre los crueles procedimientos de la agroindustria, para que estos cambien. Comprar sus productos nos hace cómplices y perpetuadores de sus prácticas; ocultar a los niños la verdad mostrándoles falseados libros de cuentos con gallinas felices, también. En principio, podría decir que volvería a comer carne si los criaderos, las granjas, los camales, no provocaran tanto sufrimiento innecesario a individuos que no por no pertenecer a la especie humana sienten menos dolor. Pero la verdad es que a esta altura ya no podría nunca volver a consumir carne. He llegado a ver en los animales a unos compañeros de vida, cohabitantes del planeta, que también desarrollan en diversos grados sus personalidades y que tienen intereses. Sin embargo, esta idea personal entiendo bien que no puede pretenderse política social.
Por otra parte, la existencia de depredación en la naturaleza -el león caza a su presa, el pez grande se come al pequeño- no me parece un argumento adecuado para justificar éticamente los mecanismos deliberadamente crueles de las granjas industriales modernas o de la industria de las pieles. La mayoría de las personas compra la carne en el supermercado, no la consigue cazando, y aún si así lo hace, no podemos comparar la caza efectuada con armas y ventaja, con la que se da en el mundo silvestre. Pero lo más importante de todo: la ética, al igual que las leyes, no es un producto natural; éstas son construcciones culturales, posiblemente las más artificiales de todas, puesto que frecuentemente buscan reprimir los instintos que por ser también animales, tenemos. Si justificamos o avalamos todo lo que se da en la naturaleza, debemos también aceptar el asesinato, las guerras, los abusos, las esclavitudes... la "ley" del más fuerte y el ojo por ojo.
Finalmente, no pensé que alguien llegaría a creer que por ser vegetariana y animalista, me opongo por ejemplo a que se erradiquen las plagas o se mate a los parásitos. Es evidente que no todos los seres vivos tienen la misma capacidad de sufrir -los biólogos piensan que la mayoría de insectos, por ejemplo, no la tienen-; pero también hay que entender que todo admite situaciones de excepción: el homicidio por ejemplo está justificado cuando se produce en legítima defensa o estado de necesidad, y de la misma manera se pueden ponderar los intereses para saber hasta qué punto es excusable provocarle dolor a un animal. Si soy atacado por un oso, por supuesto que debo defenderme. Pero los pollos, los cerdos y las vacas que viven en esas prisiones llamadas granjas modernas, no tienen posibilidad de defensa, están a merced de los humanos. Y en esa situación por lo menos es justo tomar en cuenta que sufren.
¿Que si mis decisiones tienen algo de emocional? Por supuesto, los mamíferos tenemos emociones. Y la búsqueda de tranquilidad de conciencia no deslegitima el argumento ético, como no revierte los hechos que se comprueban. Que alguien se sienta culpable porque en el fondo sabe que es cómplice de un círculo de tortura pero que no quiera -o no pueda según dicen- cambiar su estilo de vida, tampoco debe ser un punto de partida para restar valor a la actitud de quien sí lo ha hecho. En última instancia, cada quien es libre de vivir como prefiera, pero no puedo celebrar que alguien se vanaglorie de su crueldad o haga burla de lo que no comprende. Quien es activista por una causa legítima y transparente, cuando menos merece respeto.
Transcribo ahora una traducción que hice de un fragmento encontrado en la web Your Daily Vegan, a propósito de algunos hechos científicos relacionados con las gallinas:
"Soy una gallina de batería. Vivo en una jaula tan pequeña que no puedo estirar mis alas. Me veo forzada a estar de pie noche y día en un piso de malla inclinado que dolorosamente me corta los pies. La pared de la jaula desgarra mis plumas formando ampollas de sangre que nunca se curan. El aire está tan lleno de amoníaco que me duelen los pulmones y me arden los ojos y creo que me estoy quedando ciega. Tan pronto como nací me mutilaron el pico con un hierro candente, y mis hermanos fueron tirados en fundas de basura estando vivos.
Mi mente está alerta, mi cuerpo es sensible y debí haber tenido muchas plumas. En la naturaleza o incluso en un patio, me hubiera dado baños de tierra con mis compañeros de grupo, una necesidad tan fuerte que realizo baños de tierra "al vacío" en el suelo alambrado de mi jaula. Libre, habría recorrido mis campos ancestrales con mis compañeros, devorando plantas, lombrices e insectos desde el amanecer hasta el atardecer. Hubiera ejercitado mi cuerpo y hubiera dado y recibido placer como un ser íntegro. Sólo tengo un año pero ya soy una gallina "desgastada". Humanos, desearía estar muerta y pronto lo estaré. Busquen pedazos de mi carne herida en cualquier lugar en el que se vendan pasteles de pollo o sopa de pollo". – Karen Davis