Existen muchas películas acerca de la Segunda Guerra Mundial, pero quizá una no tan promocionada comercialmente es "
Amén.
" (2002), del director griego Costa-Gavras, la cual aborda un tema poco común en las películas del género: el papel de la Iglesia Católica frente a las evidencias de los campos de concentración y el exterminio de los judíos que, según sugiere el filme, fueron conocidas por el alto clero de forma temprana.
Al respecto, Juan Pablo II se disculpó en nombre de la Iglesia en 1997 "por las conciencias adormecidas de algunos cristianos durante el Nazismo y la inadecuada "resistencia espiritual" de otros grupos ante la persecución de los judíos". La disculpa no asume el importante rol del Vaticano como Estado, con fuerza política y diplomática y, naturalmente, no remedia nada, pero cabe que nos preguntemos cómo puede una institución humana e imperfecta, que se equivoca y pide disculpas, generar dogmas indiscutibles para gobernar las vidas de los católicos. Pero, peor aún, lo que la película sugiere es que no solamente hubo omisión y silencio por parte de la Iglesia, sino incuso acciones tendientes a ayudar al régimen nazi, facilitando, por ejemplo, después de la guerra, los procedimientos para el exilio e impunidad de los ex-oficiales.
"Amén." nos presenta a un indiferente Pío XII, sin postura ética propia sino al vaivén del escenario político, demasiado cuidadoso, demasiado neutral ante el despedazamiento de los derechos humanos. Un personaje ficticio, el joven jesuita Riccardo Fontana, interpretado por Mathieu Kassovitz (quien encarnara también al gran amor de Amelie Poulain en la conocida película), reivindica la verdadera entrega a los principios éticos más allá de la institucionalidad, la jerarquía y la disciplina. Impotente ante la cúpula clerical, conocedor de los horrores en los campos de concentración por testimonio del teniente Kurt Gerstein -cuyos informes, en la vida real, sirvieron para reconstruir la historia del holocausto-, se coloca una estrella de David en el pecho y marcha junto a miles de judíos hacia el destino terrible que les espera.
La moralidad del protagonista Gerstein (Ulrich Tukur) es ambivalente, pues si bien su conciencia humanista lo lleva a tratar de denunciar los crímenes que ha atestiguado, no deja de ser eficiente para prestar sus servicios de asesoramiento a la hora de mejorar los procesos de eliminación de "unidades", como se denomina a los judíos entre los oficiales. Quizá esas irreconciliables contradicciones fueron las que lo llevaron, en última instancia, al oscuro final de su existencia.