El hombre, como otros animales, siempre ha tenido la necesidad de comunicarse con sus semejantes, ya que sólo a través de la organización de comunidades le es posible sobrevivir y satisfacer sus múltiples menesteres. La invención de la escritura, del papel y de la imprenta, marcó una nueva era en la historia de la humanidad y permitió el registro de sucesos, ideas y creencias. Desde entonces hasta nuestros tiempos, las tecnologías han dado saltos inconmensurables a velocidades sorprendentes: el camino recorrido por las telecomunicaciones ha ido acortando distancias físicas y culturales para abrirnos la puerta a la era de lo que hoy llamamos globalización .
El Internet y la telefonía móvil son protagonistas en la vida cotidiana de nuestro tiempo y han introducido en nuestra realidad una serie de posibilidades inexistentes hasta hace un par de lustros. Pero no hablamos únicamente de la rapidez con la que hoy podemos resolver problemas, hacer consultas y obtener información; sino también de los padecimientos que el posicionamiento de estos servicios como indispensables para la vida diaria puede acarrear, en un mundo en el que ni siquiera las necesidades básicas de alimentación, salud y educación consiguen ser satisfechas por todos.
Mencionaré una experiencia personal: en el curso de postgrado al que asisto es imperioso manejar correo electrónico, pues los profesores, que son argentinos, reciben ensayos e investigaciones por este medio. Uno pensaría que una cuenta de correo electrónico es algo tan básico y generalizado como el papel y el lápiz, pero los hechos prueban lo contrario: uno de mis colegas me dejó saber que tenía muy restringido acceso a la Web y que no poseía una cuenta de correo, como tampoco conocía su funcionamiento. Si esto ocurre a nivel universitario, pensemos en los casos en que la incomunicación no sólo es producto del desconocimiento sino también de la precariedad económica.
No es difícil tomar conciencia de que el mundo de quienes a diario twittean todo lo que les ocurre, revisan con disciplina monástica su correo electrónico y su lector de feeds y hacen fila al tiempo que "monean" su iPhone, es un mundo que contiene relativamente muy pocos habitantes. Y la posesión de tecnología también es un símbolo de estatus: el modelo de celular, computador portátil o agenda digital son también una etiqueta que define a su propietario. ¿Cómo puede identificarse entonces quien no es dueño de nada de esto y muy difícilmente llegará a serlo, tomando en cuenta que el valor promedio de, digamos, un teléfono móvil, equivale al salario mínimo de un mes de trabajo?
Entonces, sabiendo que el acceso a la tecnología sigue siendo un privilegio en nuestro medio, que no se encuentra al alcance de todos los escolares, especialmente en el ámbito rural, y que, según dicen, "el que tiene la información hace las reglas", cabe preguntarse: ¿realmente la tecnología acorta las distancias entre las personas, o más bien marca y subraya las diferencias entre quienes la poseen y quienes sólo la ven de lejos?