Son diferentes los principios de los que se valen los programadores para conseguir que el bot simule una conversación inteligente. Uno de los primeros chatbots que aparecieron en el cyberespacio fue ELIZA, programa que hoy podríamos llamar sencillo, cuya estrategia consistía en valerse de las propias frases que tipeaba el usuario, y reformularlas a manera de preguntas. La mayoría de los chatbots qu e le siguieron y muchos de los que subsisten, utilizan un método similar aunque más complejo: reconocen palabras clave, construcciones gramaticales usuales y expresiones comunes, a las cuales corresponde cierto tipo de respuesta, igualmente programada con anterioridad. Todos estos procesos lógicos se vuelven, tarde o temprano, evidentes para el usuario, debido a las incoherencias en las que incurre el programa; pese a lo cual estos bots resultan muy útiles para crear interfaces de ayuda en Webs de institutos, negocios y soporte técnico de servicios.
Entre los chatbots actuales destaca, sin embargo, el programa del británico Rollo Carpenter, cuyo nombre, tomado de los cuentos de Lewis Carroll, es Jabberwacky. Él está basado en principios diferentes a los que gobiernan a los bots tradicionales, ya que es capaz de "aprender", imitando la forma en que los seres humanos aprenden el lenguaje, para lo cual se vale de los datos que ingresan los usuarios, los mismos que almacena continuamente con la finalidad de encontrar en las conversaciones grabadas, la mejor manera de responder ante nuevas conversaciones. Para el efecto, el usuario dispone de la opción de "corregir" a Jabberwacky y sus amigos cada vez que incurran en incoherencias, con lo que le "enseña" a sostener diálogos más naturales. Por otra parte, estos bots no tienen otro propósito que el de entretener y conversar, de ahi el eslogan: "communication - companionship - intelligence", por demás sugestivo.
También es novedosa la opción que permite escoger emociones para acompañar las frases que se le "dicen" al bot. La base de datos puede crecer, así mismo, gracias a las sugerencias de los usuarios, que en este caso se envían por correo: recuerdo haber participado hace un par de años sugiriendo algunas emociones que le faltaban a la lista. De otro lado, la Web ofrece al usuario la opción de crear su propio bot, por la módica suma de treinta dólares. Siguiendo el mismo principio de creación y optimización de bases de datos, el bot adquirirá poco a poco la personalidad, conocimientos y modo de expresarse del usuario, o lo que éste quiera proyectar.
Lo entretenido de los adelantos tecnológicos, incluso en aquellos aparentemente inútiles (¿no aseguraron los hermanos Lumiére que su invento no pasaría de ser una novedad momentánea?), es ponerse a imaginar su perspectiva futura: si un chatter bot puede recopilar la información necesaria para recrear la personalidad de un ser humano, sería posible, entonces, escribir un programa que permita a nuestros nietos charlar con quienes fuimos, o a cualquier persona, tener una conversación con, digamos, Mick Jagger; y de hecho existen chatter bots de John Lennon y Jack el destripador, evidentemente aún en fase de experimentación.
Un programa que al ejecutarse dé vida a las creencias, cosmovisión, carácter, conocimientos y recuerdos de una persona... ¿cuál sería la diferencia entre el programa y el sujeto original? ¿Quién asegura que todo lo que conocemos no sea en realidad un vasto y complejo programa?